Capitulaciones del intelecto

Desde el momento en que cogí su libro me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo.

Groucho Marx.

sábado, diciembre 24, 2016

                                            LA NAVIDAD DE LOS ESQUIROLES.
                                                        Joan Antoni Fernández


El policía alzó la mirada y observó al hombre esposado que tenía ante él. Se trataba de un individuo de edad avanzada y complexión enorme, vestido con un estrambótico traje de color rojo, desgarrado por los cuatro costados. La cara del detenido era mofletuda, con el cabello desordenado y una barba enorme que tal vez bien lavada hubiera sido blanca. Como remate, lucía un ojo amoratado mientras el otro, de un azul intenso, miraba al agente con rabia contenida.
Papá Noel, ¿no le da vergüenza? —le recriminó el policía.
¡No veo por qué! —exclamó el detenido—. ¡Las leyes laborales me amparan! Vosotros no podéis detenerme estando en ejercicio de mis prerrogativas sindicales. ¡Mantengo una huelga legal, esto es un atropello!
Pero, ¿y los niños? —el funcionario le amonestó con tono reprobatorio—. ¿Ha pensado usted en los pobres niños? Si no trabaja esta noche, la chiquillería mañana no tendrá juguetes.
¡Por supuesto, el típico argumento coercitivo! —el viejo se sulfuró—. ¡Según eso, yo no tengo derecho a declararme en huelga! ¿Cómo puedo presionar a la empresa, entonces? Claro, me limito a aplicar los servicios mínimos y regalo sólo juguetes Made in Taiwán, ¿verdad? —El hombre se sulfuró todavía más—. Hace demasiado tiempo que mis demandas son ignoradas, que no me toman en serio. ¡Pues basta ya! ¡Se acabó! A partir de hoy me declaro en huelga de brazos caídos. No habrá ningún regalo ni juguete en todo el mundo mientras no se acepten mis reivindicaciones.
¿Y no puede esperarse hasta mañana? ¿Qué más le da por un día?
¡Qué gracia me haces, muchacho! Mañana no podría hacer ninguna presión, lo sé muy bien. Cada año se repite la misma historia: me prometéis entablar un diálogo para estudiar mis reivindicaciones, pero una vez ha pasado Navidad nadie quiere saber nada. ¡Ya basta! ¡O me concedéis todo lo que pido ahora mismo, o no reparto más regalos!
Bien, pero entonces otros harán su trabajo.
¡Y un cuerno! ¿Quizás pensáis que mis juguetes los puede repartir algún comando del ejército? ¡Ni hablar! Mis renos han formado piquetes y no dejarán que ningún militar coja mis bolsas, ni que se acerque a ninguna chimenea mientras no pactemos un convenio en condiciones. Además, también el tió en Cataluña se ha solidarizado con nosotros, dice que su tarea es muy dolorosa y quiere un plus de peligrosidad. Y el olentzero en el País Vasco. El pobre está harto de hacer siempre el trabajo sucio.
¿Y qué desea usted para deponer su actitud?
Así está mejor —dijo el hombre con satisfacción —. Queremos mejoras sustanciales en nuestro contrato: exigimos vacaciones pagadas cada veinte años, un plus de nocturnidad y el pago de las horas extraordinarias. También el alta a la Seguridad Social con derecho a pensión y a asistencia sanitaria, un trineo nuevo con aire acondicionado, airbag y ABS...
¡Oiga, jefe! —le interrumpió el agente—. Yo no puedo darle todo eso. Sólo tengo órdenes de encerrarle en una celda si ahora mismo no se compromete a repartir los juguetes esta noche, como siempre ha hecho. Usted mismo.
¿Pensáis que me asustaré con tan burdas amenazas? Pues ya me puedes encerrar cuando quieras, pero te advierto que mis renos han bloqueado todas las chimeneas. ¡Ningún niño recibirá sus regalos de Navidad si no llegamos a un acuerdo!
El policía levantó los ojos con resignación mientras sujetaba a Papá Noel por el brazo.
Muy bien —masculló—. No me deja otra alternativa; prepárese a pasar la noche de Navidad en el calabozo.


El enfurecido Papá Noel permaneció detenido en comisaría durante trece largos días. Al fin, cuando ya había empezado su segunda huelga de hambre consecutiva, los policías parecieron ceder en parte y accedieron a liberarle.
Seguro que los niños sin juguetes os han hecho cambiar de opinión, ¿verdad? —preguntó satisfecho.
Por nosotros, como si no quiere repartir nunca más y lo deja. Ya tenemos a alguien que trabaja mucho mejor que usted.
¿Eh?
El pobre y famélico Papá Noel salió a la calle donde sus renos lo esperaban con aspecto compungido. La derrota se intuía en el ambiente.
En aquel mismo instante un montón de sombras danzantes se reflejó en la esquina. Enormes figuras se movían al otro lado de la calle, acompañadas por una gran algarabía y griterío infantil. Papá Noel abrió los ojos asombrado al reconocer algunas de aquellas siluetas: se trataba de camellos.
¡Maldita sean! —gritó furioso—. ¡Son esos presuntuosos Reyes Magos! Por supuesto, siempre han sido muy amigos de las altas esferas… ¡Hasta tienen su convenio aparte!
Para su desgracia, Papá Noel no había contado con aquellos esquiroles.

martes, octubre 11, 2016

Un nuevo artículo sobre la Literatura

Mi colaboración en el Grupo Li Po:
https://grupolipo.blogspot.com.es/2016/10/esplendor-en-la-miseria.html?m=0


ESPLENDOR EN LA MISERIA LITERARIA.

                 



Estimados Amigos


Hoy tenemos el gusto de hacerles llegar un texto de nuestro amigo Joan Antoni Fernández donde nos muestra un desolador panorama en el mundo de las letras. Muchos asocian la literatura solo con los deslumbrantes nombres de los bestseller porque lo asociamos al éxito monetario. Pero ganar el diario sustento con las letras no es la norma prácticamente en ninguna parte del mundo que conocemos. Esa precariedad no solo se circunscribe al mundo de los escritores.  En el más reciente informe de la AISGE nos dice que el 73 por ciento (72,9%) de los actores y actrices españoles no logran vivir exclusivamente con los ingresos que les reporta esta actividad profesional. En nuestro país sin hacer ningún estudio podríamos elevar ese porcentaje al 99 % sin temor a que esa aumento arbitrario tuviese muchos errores, eso sin mencionar la situación de los escritores que en el mejor de los casos reciben 50 céntimos de bolívar (lo que antiguamente se llamaba un real) por palabra cuando escriben en un periódico. Normalmente las columnas en los periodicos rondan en las 500 palabras. Eso significa que un escritor recibe 250 bolívares fuertes (que mentira más grande la de del gobierno de Hugo Chávez que reconvirtió la moneda vieja quitándole  3 ceros para crear el bolívar fuerte. Una manera de devaluar sin levantar grandes pasiones) una cantidad que no le permite comprar un pan canilla o baguette. 




Ni para pan da escribir en Venezuela.


En Venezuela un país donde la cultura siempre ha sido un adorno para dar un poco de brillo a ciertas gestiones públicas siempre hemos asumido a España como una especie de país de jauja de la cultura visto a lo lejos; pero si aumentamos las dioptrías de acercamiento podremos apreciar las grietas en nuestro paraíso soñado.

Joan Antoni Fernández nos presenta varios casos de escritores que murieron en la pobreza pero quizá el que más nos llame la atención sea el del escritor José María Gironella, que logró ser el primer autor superventas de España y  que fue muy conocido aquí por su trilogía de novelas dedicadas a la Guerra civil Española.


Deseamos saquen provecho de la entrada y que se convierta en un llamado para establecer políticas que aseguren la dignidad de todas las personas en sus días finales.

Richard Montenegro



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ESPLENDOR EN LA MISERIA

                                                          Joan Antoni Fernández
Tal vez tenían razón los camboyanos cuando, tras la cruenta guerra de Indochina, prohibían la entrada en su país tanto a perros como a escritores. En cierta manera ambas formas de vida han ido muy unidas, al menos en España. No hay más que observar las necrológicas para llegar a esta conclusión, la mayoría de escritores acaban sus días como perros. Sólo tras su muerte genios como Cervantes o Valle-Inclán tuvieron un homenaje y el reconocimiento general. Ya lo dijo el poeta Luis Cernuda, otro escritor maldito que llegó a pasar hambre. "Escribir en España no es llorar, es morir", afirmó retocando la famosa frase de Larra.


Valle-Inclán
Semejantes pensamientos me han asaltado al comprar de saldo la última obra de José María Gironella, el otrora padre del best-seller en España y que hace unos años murió en la más absoluta de las miserias. Este último libro salido de sus manos, "El Apocalipsis", apenas ha vendido unos 6.000 ejemplares, hecho sorprendente viniendo de alguien que en su día alcanzó la cifra de 12 millones de ventas (la mitad tan sólo con "Los cipreses creen en Dios"). No es de extrañar que su entierro fuera pagado en parte por el Centro Español de Derechos Reprográficos (Cedro), un organismo que viene a ocupar el lugar dejado por el viejo Montepío de Escritores.




Según datos oficiales, en 2003 existían en España unos 60 autores, tanto de narrativa como de poesía, alguno incluso Premio Nacional de las Letras, todos ellos malviviendo con la ayuda de semejante organismo. La asociación de autores Cedro se gastó 230.000 euros (unos 38 millones de pesetas), sólo en ese año, y en concepto de ayudas puntuales: pago de alquileres o letras vencidas. Incluso, sin querer decir nombres, se sabe que pagaron la factura médica a un "gran escritor" que no tenía dinero ni para ingresar en una clínica. Todos recordamos casos como el de Alberti, a quien se le pidió el Cervantes para que pudiera sufragar gastos y pagar la residencia donde estaba interna su primera esposa. Autores de la categoría de Rosa Chacel o Gabriel Celaya tuvieron que malvender en vida sus extensas bibliotecas y archivos personales para ir tirando. Gente tan divergente como pudieran ser Emilio Romero o el también cineasta Juan Antonio Bardem han tenido que subsistir casi de la caridad de sus amigos.




La lista se hace interminable: Alfonso Grosso, muerto de forma miserable en un psiquiátrico, Lauro Olmo, fallecido en la indigencia, María Zambrano, siempre al borde de la ruina, o León Felipe, cuya biblioteca fue recientemente vendida en 150 millones de los que ni siquiera sus parientes verán un duro... En Hollywood existe un término para definir a cierta clase de gente: los has-been (los que han sido). En España podría reformarse la expresión por "los que han escrito".


Alfonso Grosso
Confesémoslo: la mayoría de nosotros, pecaminosos amantes de la lectura, fervientes obsesos de la letra impresa, hemos sentido el ardiente anhelo de llegar a ser auténticos escritores consagrados. Lo que es peor, algunos soñamos todavía con semejante locura, empecinados en emborronar cuartillas con la vana esperanza de saltar a eso que de forma heurística ciertos pensadores han definido como El Gran Público. Vano intento, aceptémoslo de una vez por todas: el Gran Público ya no existe.


José María Gironella recibiendo el premio Planeta en 1971. Parece que fue profética la entrega de este premio que sería el refleja de su precaria condición en los últimos años de su vida.
Hagamos un repaso histórico. Año 2002: se produce un parón técnico en las ventas de libros, la crisis económica generalizada hace que los editores españoles se replanteen su estrategia comercial. Ya no sirve de nada editar de forma compulsiva con la única meta de ir llenando estanterías, es preciso enganchar al público, crear nuevos lectores. ¿Queréis cifras? Tomad cifras: en 1992 se editaron 39.000 títulos en España, llegando hasta los 60.267 en 2001. Pero, ¿quién demonios puede leer todo eso? Tan descomunal aumento de títulos editados provoca una inflación que el sector no puede digerir. Las tiradas medias han ido rebajándose y los libros no tienen mucho más de un mes de vida en las librerías, siendo desbancados por otros nuevos para ir a ocupar sitio en el almacén del librero. Las ventas han bajado sencillamente porque es materialmente imposible vender tanta novedad. A eso se le llama morir de éxito.




Los libreros, dichosos ellos, todavía no han notado la tendencia y siguen con los estantes llenos a rebosar, las mesas de novedades pletóricas de títulos hasta el punto de tener que renovar cada semana. Cierto librero me decía que suelen recibir una media de 82 (¡ochenta y dos!) títulos nuevos al día, o sea unos 21.000 ejemplares anuales. A ver, seamos sinceros, ¿alguien se ha comprado, ya no digo leído, veintiún mil libros este año? La política del editor (una política importada de EEUU) consiste en ocupar espacio en las estanterías, incluso a codazos, evitando que lo haga la competencia. Resulta más barato editar por los descosidos que promocionar un solo título. ¿Se preocupan las editoriales porque el libro valga la pena? ¿Y qué más da si a pesar de todo vende? Lo malo es que semejante política comercial impide que el libro tenga vida, que llegue a funcionar el boca-a-oreja entre los lectores. ¿Quién no se ha encontrado nunca ante la incómoda situación de ir a buscar un libro recomendado que ya no estaba, desalojado por toda una retahíla de nuevos títulos absolutamente peregrinos?


Rosa Chacel
La solución radica en editar menos y en hacer tiradas más cortas. Al menos, ésa es la tendencia que se está tomando en editoriales como Planeta (editan un 20% menos que hace un año), Edicions 62 (un 15 %), o Proa (un 15%) entre otros grandes. Tusquets y Edhasa, en cambio, mantendrán el mismo ritmo sin incrementarlo. Lo único cierto es que la media de tiradas se sitúa entre los 2.500 ejemplares y muchas veces las tiradas no se agotan, que no todos son éxitos como Cercas o Zafón (catalogados de "auténticos milagros" por sus propias editoriales).




Otro aspecto a tener en cuenta es la diversificación de los géneros que se está produciendo entre el público lector. La no ficción está desbancando a la ficción en lo que parece ser una tendencia irreversible, ya casi no existen esos lectores fieles que consumían una temática muy concreta y unos autores determinados. El propio best-seller se ve amenazado y las ventas de un Stephen King, entre otros grandes nombres, han bajado en picado en los propios EEUU. Los lectores (lectoras en su mayoría) se han vuelto más volubles y mariposean sobre los títulos publicados decantándose en mayor medida hacia temas menos ficticios, más acordes con las problemáticas sociales.


Stephen King
Entonces, ¿dónde podemos encontrar a ese Gran Público que encandilar con nuestra acerada prosa? Me temo que únicamente en el hipotético caso que Steven Spielberg, J.J. Abrams o Guillermo del Toro nos compren los derechos de la novela para hacer una película, sólo entonces tendremos acceso a las grandes masas. Mientras tanto, desengañémonos, si llegamos a publicar lo haremos para minorías. Todo lo selectas que se quieran, pero minorías sin el menor género de dudas.




Hoy en día resulta relativamente fácil ser publicado por cualquier pequeña editorial de las muchas que pululan en el mercado, empresas que lanzan tiradas medias de unos quinientos ejemplares o incluso menos. Dependiendo de la distribución, que ésa es otra, hasta podemos disfrutar de nuestra media hora de gloria en la mesa de novedades de una gran librería. Parientes, amigos y conocidos podrán pasar y extasiarse ante la Gran Obra que hemos publicado. Pero que no se entretengan ni tarden demasiado en marchar, que hay cola y otros autores aguardan turno con su lista de parientes y amigos. Que no decaiga.




No es de extrañar que las nuevas promesas de la literatura, quienes empiezan, la gente sin padrinos,  se lancen a publicar sus obras en formato digital. Intentan llegar así a un público nuevo, a través de Amazon o de alguna otra plataforma parecida. El libro electrónico ha irrumpido con fuerza, dispuesto a quedarse. Es mucho más económico y parece no requerir tantos mediadores entre autor y lector. Y así, el escritor se convierte en algo parecido a un vendedor de seguros, llamando a todas las puertas virtuales para “colocar” de forma machacona su producto.

Y eso no es lo peor: la falta de filtro hace que se publiquen en las redes demasiadas obras a la vez, saturando la oferta. Además, sin control alguno, la mayoría de novelas están sin pulir, y buena parte de ellas son mediocres, cuando no malas. Así, ante semejante avalancha, el público comienza a sentirse perseguido, estafado y saturado.




 Se ha creado un enorme tsunami, capaz de ahogar a la mayoría. Hasta los títulos que más venden son de usar y tirar. Enseguida llega otro que ocupará su puesto con rapidez. No es oro todo lo que reluce, aunque este fenómeno, el de los e-books, requiere un examen mucho más complejo.

Ante un panorama tan desolador uno se pregunta si resulta buena idea intentar abrirse camino como escritor. Aunque la fama llame a nuestra puerta no podemos fiarnos de ella. En este mundo mercantilista cada vez los reinados son más efímeros y quien hoy vende millones tal vez mañana sea olvidado. La conclusión que sacamos a todo esto es que el tiempo de la literatura está tocando a su fin. Con un poco de suerte se puede brillar con intensidad un breve espacio de tiempo, captar la atención durante un instante. Después, de forma inevitable, llegará el olvido.





Cierto, la creación literaria puede provocar un gran esplendor. Pero mucho me temo que hoy en día sólo sea un esplendor en la miseria.