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ESPLENDOR EN LA MISERIA LITERARIA.
Estimados Amigos
Hoy tenemos el gusto de hacerles llegar un texto de nuestro amigo Joan Antoni Fernández
donde nos muestra un desolador panorama en el mundo de las letras.
Muchos asocian la literatura solo con los deslumbrantes nombres de los
bestseller porque lo asociamos al éxito monetario. Pero ganar el diario
sustento con las letras no es la norma prácticamente en ninguna parte
del mundo que conocemos. Esa precariedad no solo se circunscribe al
mundo de los escritores. En el más reciente informe de la AISGE nos dice que el
73 por ciento (72,9%) de los actores y actrices españoles no logran
vivir exclusivamente con los ingresos que les reporta esta actividad
profesional. En nuestro país sin hacer ningún estudio podríamos elevar
ese porcentaje al 99 % sin temor a que esa aumento arbitrario tuviese
muchos errores, eso sin mencionar la situación de los escritores que en
el mejor de los casos reciben 50 céntimos de bolívar
(lo que antiguamente se llamaba un real) por palabra cuando escriben en
un periódico. Normalmente las columnas en los periodicos rondan en las
500 palabras. Eso significa que un escritor recibe 250 bolívares fuertes
(que mentira más grande la de del gobierno de Hugo Chávez que
reconvirtió la moneda vieja quitándole 3 ceros para crear el bolívar
fuerte. Una manera de devaluar sin levantar grandes pasiones) una
cantidad que no le permite comprar un pan canilla o baguette.
Ni para pan da escribir en Venezuela.
En Venezuela un país donde la cultura siempre ha sido un adorno para dar un poco de brillo a ciertas gestiones públicas siempre hemos asumido a España como una especie de país de jauja de la cultura visto a lo lejos; pero si aumentamos las dioptrías de acercamiento podremos apreciar las grietas en nuestro paraíso soñado.
Ni para pan da escribir en Venezuela.
En Venezuela un país donde la cultura siempre ha sido un adorno para dar un poco de brillo a ciertas gestiones públicas siempre hemos asumido a España como una especie de país de jauja de la cultura visto a lo lejos; pero si aumentamos las dioptrías de acercamiento podremos apreciar las grietas en nuestro paraíso soñado.
Joan Antoni Fernández
nos presenta varios casos de escritores que murieron en la pobreza pero
quizá el que más nos llame la atención sea el del escritor José María Gironella,
que logró ser el primer autor superventas de España y que fue muy
conocido aquí por su trilogía de novelas dedicadas a la Guerra civil
Española.
Deseamos
saquen provecho de la entrada y que se convierta en un llamado para
establecer políticas que aseguren la dignidad de todas las personas en
sus días finales.
Richard Montenegro
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ESPLENDOR EN LA MISERIA
Joan Antoni Fernández
Tal vez tenían razón los camboyanos cuando, tras
la cruenta guerra de Indochina, prohibían la entrada en su país tanto a perros
como a escritores. En cierta manera ambas formas de vida han ido muy unidas, al
menos en España. No hay más que observar las necrológicas para llegar a esta
conclusión, la mayoría de escritores acaban sus días como perros. Sólo tras su
muerte genios como Cervantes o Valle-Inclán tuvieron un homenaje y el
reconocimiento general. Ya lo dijo el poeta Luis Cernuda, otro escritor maldito
que llegó a pasar hambre. "Escribir
en España no es llorar, es morir", afirmó retocando la famosa frase de
Larra.
Valle-Inclán |
Semejantes pensamientos me han asaltado al comprar
de saldo la última obra de José María Gironella, el otrora padre del best-seller en España y que hace unos
años murió en la más absoluta de las miserias. Este último libro salido de sus
manos, "El Apocalipsis",
apenas ha vendido unos 6.000 ejemplares, hecho sorprendente viniendo de alguien
que en su día alcanzó la cifra de 12 millones de ventas (la mitad tan sólo con "Los cipreses creen en Dios").
No es de extrañar que su entierro fuera pagado en parte por el Centro Español
de Derechos Reprográficos (Cedro), un organismo que viene a ocupar el lugar
dejado por el viejo Montepío de Escritores.
Según datos oficiales, en 2003 existían en España
unos 60 autores, tanto de narrativa como de poesía, alguno incluso Premio
Nacional de las Letras, todos ellos malviviendo con la ayuda de semejante
organismo. La asociación de autores Cedro se gastó 230.000 euros (unos 38
millones de pesetas), sólo en ese año, y en concepto de ayudas puntuales: pago
de alquileres o letras vencidas. Incluso, sin querer decir nombres, se sabe que
pagaron la factura médica a un "gran escritor" que no tenía dinero ni
para ingresar en una clínica. Todos recordamos casos como el de Alberti, a
quien se le pidió el Cervantes para que pudiera sufragar gastos y pagar la
residencia donde estaba interna su primera esposa. Autores de la categoría de
Rosa Chacel o Gabriel Celaya tuvieron que malvender en vida sus extensas
bibliotecas y archivos personales para ir tirando. Gente tan divergente como
pudieran ser Emilio Romero o el también cineasta Juan Antonio Bardem han tenido
que subsistir casi de la caridad de sus amigos.
La lista se hace interminable: Alfonso Grosso,
muerto de forma miserable en un psiquiátrico, Lauro Olmo, fallecido en la
indigencia, María Zambrano, siempre al borde de la ruina, o León Felipe, cuya
biblioteca fue recientemente vendida en 150 millones de los que ni siquiera sus
parientes verán un duro... En Hollywood existe un término para definir a cierta
clase de gente: los has-been (los que
han sido). En España podría reformarse la expresión por "los que han
escrito".
Alfonso Grosso |
Confesémoslo: la mayoría de nosotros, pecaminosos
amantes de la lectura, fervientes obsesos de la letra impresa, hemos sentido el
ardiente anhelo de llegar a ser auténticos escritores consagrados. Lo que es
peor, algunos soñamos todavía con semejante locura, empecinados en emborronar
cuartillas con la vana esperanza de saltar a eso que de forma heurística
ciertos pensadores han definido como El Gran Público. Vano intento, aceptémoslo
de una vez por todas: el Gran Público ya no existe.
José María Gironella recibiendo el premio Planeta en 1971. Parece que fue profética la entrega de este premio que sería el refleja de su precaria condición en los últimos años de su vida. |
Hagamos un repaso histórico. Año 2002: se produce
un parón técnico en las ventas de libros, la crisis económica generalizada hace
que los editores españoles se replanteen su estrategia comercial. Ya no sirve
de nada editar de forma compulsiva con la única meta de ir llenando
estanterías, es preciso enganchar al público, crear nuevos lectores. ¿Queréis
cifras? Tomad cifras: en 1992 se editaron 39.000 títulos en España, llegando
hasta los 60.267 en 2001. Pero, ¿quién demonios puede leer todo eso? Tan
descomunal aumento de títulos editados provoca una inflación que el sector no
puede digerir. Las tiradas medias han ido rebajándose y los libros no tienen
mucho más de un mes de vida en las librerías, siendo desbancados por otros
nuevos para ir a ocupar sitio en el almacén del librero. Las ventas han bajado
sencillamente porque es materialmente imposible vender tanta novedad. A eso se
le llama morir de éxito.
Los libreros, dichosos ellos, todavía no han
notado la tendencia y siguen con los estantes llenos a rebosar, las mesas de
novedades pletóricas de títulos hasta el punto de tener que renovar cada
semana. Cierto librero me decía que suelen recibir una media de 82 (¡ochenta y
dos!) títulos nuevos al día, o sea unos 21.000 ejemplares anuales. A ver,
seamos sinceros, ¿alguien se ha comprado, ya no digo leído, veintiún mil libros
este año? La política del editor (una política importada de EEUU) consiste en
ocupar espacio en las estanterías, incluso a codazos, evitando que lo haga la
competencia. Resulta más barato editar por los descosidos que promocionar un
solo título. ¿Se preocupan las editoriales porque el libro valga la pena? ¿Y
qué más da si a pesar de todo vende? Lo malo es que semejante política
comercial impide que el libro tenga vida, que llegue a funcionar el
boca-a-oreja entre los lectores. ¿Quién no se ha encontrado nunca ante la
incómoda situación de ir a buscar un libro recomendado que ya no estaba,
desalojado por toda una retahíla de nuevos títulos absolutamente peregrinos?
Rosa Chacel |
La solución radica en editar menos y en hacer
tiradas más cortas. Al menos, ésa es la tendencia que se está tomando en
editoriales como Planeta (editan un 20% menos que hace un año), Edicions 62 (un
15 %), o Proa (un 15%) entre otros grandes. Tusquets y Edhasa, en cambio,
mantendrán el mismo ritmo sin incrementarlo. Lo único cierto es que la media de
tiradas se sitúa entre los 2.500 ejemplares y muchas veces las tiradas no se
agotan, que no todos son éxitos como Cercas o Zafón (catalogados de
"auténticos milagros" por sus propias editoriales).
Otro aspecto a tener en cuenta es la
diversificación de los géneros que se está produciendo entre el público lector.
La no ficción está desbancando a la ficción en lo que parece ser una tendencia
irreversible, ya casi no existen esos lectores fieles que consumían una
temática muy concreta y unos autores determinados. El propio best-seller
se ve amenazado y las ventas de un Stephen King, entre otros grandes nombres,
han bajado en picado en los propios EEUU. Los lectores (lectoras en su mayoría)
se han vuelto más volubles y mariposean sobre los títulos publicados
decantándose en mayor medida hacia temas menos ficticios, más acordes con las
problemáticas sociales.
Stephen King |
Entonces, ¿dónde podemos encontrar a ese Gran
Público que encandilar con nuestra acerada prosa? Me temo que únicamente en el
hipotético caso que Steven Spielberg, J.J. Abrams o Guillermo del Toro nos
compren los derechos de la novela para hacer una película, sólo entonces
tendremos acceso a las grandes masas. Mientras tanto, desengañémonos, si
llegamos a publicar lo haremos para minorías. Todo lo selectas que se quieran,
pero minorías sin el menor género de dudas.
Hoy en día resulta relativamente fácil ser
publicado por cualquier pequeña editorial de las muchas que pululan en el
mercado, empresas que lanzan tiradas medias de unos quinientos ejemplares o
incluso menos. Dependiendo de la distribución, que ésa es otra, hasta podemos
disfrutar de nuestra media hora de gloria en la mesa de novedades de una gran
librería. Parientes, amigos y conocidos podrán pasar y extasiarse ante la Gran
Obra que hemos publicado. Pero que no se entretengan ni tarden demasiado en
marchar, que hay cola y otros autores aguardan turno con su lista de parientes
y amigos. Que no decaiga.
No es de extrañar que las nuevas promesas de la
literatura, quienes empiezan, la gente sin padrinos, se lancen a publicar sus obras en formato
digital. Intentan llegar así a un público nuevo, a través de Amazon o de alguna
otra plataforma parecida. El libro electrónico ha irrumpido con fuerza,
dispuesto a quedarse. Es mucho más económico y parece no requerir tantos mediadores
entre autor y lector. Y así, el escritor se convierte en algo parecido a un
vendedor de seguros, llamando a todas las puertas virtuales para “colocar” de
forma machacona su producto.
Y eso no es lo peor: la falta de filtro hace que
se publiquen en las redes demasiadas obras a la vez, saturando la oferta.
Además, sin control alguno, la mayoría de novelas están sin pulir, y buena
parte de ellas son mediocres, cuando no malas. Así, ante semejante avalancha,
el público comienza a sentirse perseguido, estafado y saturado.
Se ha
creado un enorme tsunami, capaz de ahogar a la mayoría. Hasta los títulos que
más venden son de usar y tirar. Enseguida llega otro que ocupará su puesto con
rapidez. No es oro todo lo que reluce, aunque este fenómeno, el de los e-books,
requiere un examen mucho más complejo.
Ante un panorama tan desolador uno se pregunta si
resulta buena idea intentar abrirse camino como escritor. Aunque la fama llame
a nuestra puerta no podemos fiarnos de ella. En este mundo mercantilista cada
vez los reinados son más efímeros y quien hoy vende millones tal vez mañana sea
olvidado. La conclusión que sacamos a todo esto es que el tiempo de la
literatura está tocando a su fin. Con un poco de suerte se puede brillar con
intensidad un breve espacio de tiempo, captar la atención durante un instante.
Después, de forma inevitable, llegará el olvido.
Cierto, la creación literaria puede provocar un
gran esplendor. Pero mucho me temo que hoy en día sólo sea un esplendor en la
miseria.