Premios, premios, premios... El ser humano es un animal extraño. Más que del primate, parece descender del premiate. El homo sapiens remuneratorem y su homólogo el autem reddidi ocupan nicho ecológico en nuestra época.
Y no me refiero tan sólo a los llamados "premios literarios", último reducto creado por escritólogos y coleccionistas de narradores exóticos. Muchas veces son el último refugio proteccionista para escritores famélicos con hambre de lectores y, ¿por qué no decirlo?, de dinero. Su labor resulta encomiable en la protección de un género en vías de extinción.
Pero el ser humano es intrínsecamente "premiable". ¿Quién no ha asistido a alguna cena de empresa donde los Altos Jerifaltes reparten diplomas acreditativos a unos untuosos empleados que se deshacen en pompas de vana soberbia? ¿Quién no mataría por recibir una cruz, medalla o distinción de cualquier Órgano Corporativo que, visto desde fuera, provoca lo que se denomina "una jartá de reir"? Somos así de vanidosos, qué le vamos a hacer.
Pocos son los que harían como la Editorial Tusquets, quien al descubrir en 1969 que dentro de su catálogo había una obra del flamante ganador Samuel Beckett, confeccionó un curioso cartel para señalar el evento. El escrito, bajo una fotografía del autor, decía llanamente: "Este señor con cara de pájaro es el PREMIO NOBEL 1969". Yo creo que a Beckett le habría encantado.
Menos premios y más invertir en la cultura, dirán algunos. Que lo individual no nos haga perder la visión de lo colectivo. No sirve de nada ensalzar a un escritor si se menosprecia la escritura, digo yo. Y eso sirve también para otras áreas, como la siempre maldita inversión presupuestaria en I+D. Y en ello hasta ciertos premios pueden valer para algo. Vamos a ver, pregunta: ¿Alguien sabe lo que son los premios Ig Nobel ? Que sí, que existen. No me los he inventado.
Ahí es nada. Los americano son tan superiores que hasta se permiten el lujo de tener una "revista de humor científico". Aquí, en casa, nosotros no tenemos publicación comercial alguna que sea científica, mucho menos de humor, y ya puestos, ni siquiera revista digna de tal nombre.
Pues esa maravilla anglófona existe y responde al nombre de Annals of Improbable Research. Y no sólo eso: encima está avalada por la Universidad de Harvard. Por ello, desde el año 1991 se ha sacado de la manga una parodia de los premios Nobel (ignoble significa innoble en inglés). Pero no nos engañemos, sobre una apariencia en principio risible se oculta un trasfondo riguroso.
Hagamos un rápido repaso. El premio de física este año ha ido a parar al Japón, a la Universidad de Kitasato. Su trabajo, titulado Coeficiente de fricción bajo una piel de plátano, ha sacado a la luz que la parte interior de esta fruta contiene un gel de polisacáridos en extremo lubrificante. Al pisar la piel, el gel se extiende por el suelo y provoca el consabido resbalón... De ello a construir prótesis para articulaciones con un bajo coeficiente de fricción sólo hay un paso. ¡Chúpate esa, cine mudo!
Otro premio interesante, a mi modo de ver, ha sido el de biología. En esta ocasión ha recaído en los participantes de la República Checa. Su estudio sobre el comportamiento canino en el momento de hacer las necesidades ha descubierto algo sorprendente. Al parecer, los cánidos suelen alinear el cuerpo con el campo magnético de la Tierra para hacer "pipí" o "popó". Ya me imagino que a partir de ahora, para montar un "pipícan" en los parques públicos, primero se habrá de consultar a la brújula.
No puedo dejar de mencionar el fascinante trabajo de la Universidad de Toronto en neurociencia. Han realizado rigurosos análisis mediante resonancia magnética para descubrir qué sucede en el cerebro de las personas que "ven" la cara de Jesucristo en las tostadas. Fascinante.
O, para hacer patria, no olvidemos reseñar el análisis efectuado por el Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries de Catalunya sobre las bacterias existentes en los excrementos de los recién nacidos. El objetivo: utilizar dichas bacterias en la producción de salchichas fermentadas. Para abrir boca, vamos.
Y, cómo no, el galardón de ciencias árticas se lo ha llevado la Universidad de Oslo. Su estudio sobre el comportamiento de los renos cuando ven a seres humanos disfrazados de osos polares ha resultado demoledor.
Visto lo cual, no me sorprende nada que la Agencia Espacial de Torrelodares de Abajo me haya pedido un ejemplar de mi última novela, "A vuestras mentes dispersas". Desean estudiar el comportamiento de los astronautas al (intentar) leer la obra en el espacio. Aunque ya me barrunto el resultado: hasta en gravedad cero mi novela sigue siendo igual de mareante...
Me temo que jamás ganaré el Premio Planeta, por ejemplo. Eso sí, puedo ser el primer escritor acreditado con un Premio Ig Nobel de Literatura.
¡Toma ya!
Dame premio y dime tonto.
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