Soy un malandrín a la hora de poner títulos a mis paridas. De nuevo tengo que aclarar el tema para no inducir a engaños. No, no voy a hablar de la espléndida película del director inglés Peter Greenaway, ni de la labor de ese gran actor que es Brian Dennehy. Cierto que Greenaway siempre me ha fascinado desde que le descubriera por primera vez en su bello film "El contrato del dibujante". En aquella cinta hasta los bocetos y dibujos que salían eran obra suya, pero no es éste el tema que me propongo tocar.
La cosa, como resulta obvio, va de arquitectos. Me he enterado que han vuelto a conceder otro Premio Pritzker. ¿Lo cualo? Explicación para neófitos: El Premio Pritzker es un galardón, qué digo, es El Galardón más prestigioso que se puede otorgar a un arquitecto. Aparte de la nada desdeñable cantidad de 100.000 dólares, un certificado y un medallón de bronce, el premiado se aupa de forma automática a la élite de Arquitectos con mayúsculas del mundo mundial. Que semejante galardón lo conceda una cadena de hoteles de Chicago no merma la cosa, ignoro por qué. Es como si un premio literario lo otorgara una cadena de supermercados, pero en fin...
A lo que vamos, siempre me he preguntado por qué a los arquitectos no se les responsabiliza más de sus desmanes. Me explico. A un médico se le puede caer el pelo (ey, se le puede, condicional optimista) si por error se carga a un paciente. Un periodista estará en la cuerda floja por las noticias que no pueda demostrar. Un juez puede ir a la cárcel por prevaricación... (¡juas, juas, juas, juasss!) Bueno, después de esta breve humorada seguimos con el artículo serio. Decía que, en teoría, todo profesional es responsable de su trabajo. Y técnicamente un arquitecto también.
Lo que sucede es que no valoramos del todo el trabajo de un arquitecto. Pensemos en las ciudades como organismos vivos, que viven, crecen y se reproducen. Entonces, partiendo de semejante premisa, observaremos que muchos arquitectos son como vulgares matasanos que ensucian las arterias de la ciudad con pegotes de colesterol. En lugar de hacer liftings arrancan tejido sano (léase árboles) y ponen en su lugar injertos artificiales que pueden provocar rechazo. Una mierda, vamos.
No todos son así, desde luego. El arquitecto brasileño Paulo Mendes da Rocha, flamante ganador del Pritzker de este año, no parece un vulgar curandero y reconoce la importancia de su trabajo. El tío dice que una cañería rota, con el agua cayendo desde el décimo piso, puede ser bella. No lo dudo, y cara también. Pero aparte de su particular vena poético-herrumbrosa, el hombre dice cosas muy interesantes. Declara sin empacho (¡ya era hora que alguien lo hiciera!) que el transporte individual es un fracaso y que esa moda de crear barrios exclusivos y autosuficientes, cerrados sobre sí mismos y con miedo a ser invadidos por los bárbaros, se da de hostias con la idea misma de ciudad.
Las urbes han de ser lugares de encuentro, de comunicación, abiertas y amables, integradas en la naturaleza y no como un enorme grano de pus que ha surgido de la tierra. ¿Edificios funcionales? ¿Funcionales para qué? Si luego no funcionan por saturacion...
Encima me entero que el olor a coche nuevo, ese olor que tanto nos gusta y que los técnicos de las empresas automovilísticas estudian y fomentan como propaganda subliminal para vender más vehículos, ese olor a nuevo, repito, es una caca de la vaca. Si señor, es el olor de peligrosas toxinas que puede llegar a ser adictivo y cancerígeno, talmente como el tabaco. Y no lo digo yo, lo dicen los ecologistas. La verdad, puestos a reflexionar, no me parece tan disparatado.
Y ale, así estamos. Con arquitectos construyendo monumentos a la estupidez humana, hiriendo y destrozando el entorno para hacer más habitables unos espacios que ya eran de por sí naturales y perfectos antes de ser maleados por la mano del hombre. Con carreteras que sólo sirven para crear atascos, quemar combustible y atropellar linces, entre otras cosas.
Entonces, si la humanidad es el virus que carcome el planeta, sin duda los arquitectos son su agente transmisor. ¿Cómo lo llevan, se dan cuenta de su papel principal en semejante tragedia?
Hete aquí porqué me acuerdo del vientre del arquitecto. Sin duda estará muy agitado.
5 comentarios:
Ea, pues a mí me gusta Santiago Calatrava. ¿Tengo cura, dostó?
¿Y ése cual es, el guapo o el feo de los hermanos Calatrava? ;-D
Chistecito de arquitectos: No les gusta el diseño del cuerpo humano porque dicen que los servicios están colocados junto a la sala de fiestas... :-D
¡Pero qué poca agricultura que tienes, calamarrrrrr! XDDDDDDDDDD
Ej que no soy vegetariano, más bien carnívoro. ¡Ñam, ñam!
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